Rengifo: “El arte debe existir en función de la humanidad”

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Retrato de César Rengifo, s/d. En: http://www.desdelaplaza.com

César Rengifo tiene fábulas fascinantes, como la del condenado a la horca al que ofrecen perdonarle la pena si ocupa la vacante de verdugo, y que estrenó con sus
compañeros (Soga de niebla). O la de los soldados que camino a Carabobo se enteran de que ya sucedió el combate (¿Quién se robó esa batalla?). O la tragedia de una casa campesina al paso de la Guerra Federal (Un tal Ezequiel Zamora). O aquella donde una empresa funeraria se hace del negocio de la compra y venta de cadáveres, y la virgen Antígona, de 80 años, la burla (La fiesta de los moribundos). O la del muchacho que trae la noticia de un asesinato y el jefe civilel cura y el médico se escurren (La esquina del miedo)

LA ACADEMIA LO MIRA DE REOJO

Este artista parece buscar todavía sitio, aunque lo tiene y sobre él se ha sentado gran parte del teatrovenezolano. Pero la academia y el comercio teatral lo miran de reojo.
No por casualidad la Escuela de Artes de la Central cuenta con escasas tesis y ninguna cátedra sobre el dramaturgo más prolífico, más ambicioso y más montado de todos los tiempos en Venezuela.

Captura de pantalla de 2017-08-11 12:10:21Escuché en un audio su voz suave, donde habla el tipo sencillo que fue: “Vengo del venero más profundo del pueblo”. Su padre era repartidor de la panadería Gradillas; su madre, costurera. “La gente que me ayudó a criar es humilde: por eso mi relación con el pueblo es genésica, de raíz”. De allí que su obra esté poblada por los vencidos, aquellos que no eran protagonistas, sino figurantes.

“El arte debe existir en función de la humanidad”, expresó, y según este principio escribió dramas, comedias, cantatas, poemas, una obra de títeres. Recreó en distintas obras la Colonia (Obscenéba), la Independencia (Esa espiga sembrada en Carabobo) el boom petrolero (Las torres y el viento) y la actualidad  (Una medalla para las conejitas) o (Buenaventura chatarra), donde las capas medias pueden ver en un espejo su falta de compromiso e ingenuas aspiraciones. No aceptaba el adjetivo de realista  pese a que lo  anotaron bajo esta cómoda definición.  “Realista es el que copia –dijo–, y yo presento otra realidad, y la embellezco”. Mostró el drama y la esperanza de Venezuela, y también claves para entenderla y transformarla.

LUCHÓ DESDE SU NACIMIENTO

Toda su vida fue de lucha. Cuando venía en el vientre su padre murió. Su mamá partió diez meses después. Esto pasó en 1915 en la esquina Pueblo Nuevo, de La Candelaria.La tuberculosis, que se llevaría también a sus cuatro hermanos, lo acechaba. Lo adoptaron pero la anciana madrina falleció. A los ocho años lo cuidó el alegre José del Carmen Toledo, y el primo de este, Rojas Guardia, lo cuidó de adolescente.

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César Rengifo: El mito de Amalivaca, Centro Simón Bolívar Caracas, 1955.

Aquel niño frágil mostró interés en el dibujo, por eso a los diez años ingresó en la Escuela de Bellas Artes. Las tablas y el pincel lo ganaron a la vez. Temprano, disfrutó sainetes de Guinán y Leo y el sabor popular lo impregnó.

Por 1932 produjo una pieza que montó una amiga maestra (y la publicó Carmen Clemente Travieso). Siguieron obras que fue eliminando su rigor. Años difíciles para la puesta, salvo para extranjeros.Pero en 1937 se rompió la cáscara. Muchos autores de teatro le deben esto a Rengifo. Comenzaron a presentar su dramaturgia, hecha en Venezuela. E inició aquella industriosa labor que solo suspendía por la plástica.

Fue extraordinario en ambas artes. Por eso le confirieron dos premios  nacionales, Pintura (1954) y Teatro (1980). La noticia de este último lo conmovió. Bajo las torres de El Silencio está su mural Amalivaca. Fue comunista. Su compromiso popular le dio a probar la sopa amarga de la intransigencia política.

Fue la época que vivió y retrató con su mirada moderna hasta que su precaria salud ya no pudo sostenerlo, en 1980.

Basta abrir una página o mirar un cuadro suyo para tocar nuestro presente. Empero, el biógrafo debería apurarse, pues sus huellas se borran, aunque sus restos estén en el Panteón Nacional.

T/ Gabriel González

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